"CARLOS MARX". Biografía con análisis integral de la época histórica.

«1878»

Carlos Marx, el hombre que dio por primera vez una base científica al socialismo, y por tanto a todo el movimiento obrero de nuestros días, nació en Tréveris, en 1818. Comenzó a estudiar jurisprudencia en Bonn y en Berlin, pero pronto se entregó exclusivamente al estudio de la historia y de la filosofía, y se disponía, en 1842, a aspirar a una cátedra de filosofía, cuando el movimiento político producido después de la muerte de Federico Guillermo III orientó su vida por otro camino.

La Gaceta del Rin publicábase, naturalmente con censura, pero esta no podía con ella. El periódico sacaba adelante casi siempre los artículos que le interesaba publicar; se empezaba echándole al censor “cebo sin importancia” para que lo tachase, hasta que, o cedía por sí mismo, o se veía obligado a ceder bajo la amenaza de que al día siguiente no saldría el periódico. Con diez periódicos que hubieran tenido la misma valentía que la Gaceta del Rin y cuyos editores se hubiesen gastado unos cientos de “taleros” más en composición se habría hecho imposible la censura en Alemania ya en 1843 (...) cuando el gobierno declaró que no podía con este periódico, y lo prohibió sin más explicaciones.

Marx, que entretanto se había casado con la hermana de von Westphalen, el que más tarde había de ser ministro de la reacción, se trasladó a París, donde editó con A. Ruge los Anales franco-alemanes, en los que inauguró la serie de sus escritos socialistas, con una Crítica de la Filosofía hegeliana del Derecho. Después en colaboración con F. Engels, publicó La sagrada familia. Contra Bruno Bauer y consortes, crítica satírica de una de las últimas formas en las que se había extraviado el idealismo filosófico alemán de la época.

El estudio de la Economía Política y de la gran Revolución francesa todavía le dejaba a Marx tiempo para atacar de vez en cuando al gobierno prusiano; este se vengó, consiguiendo en la primavera de 1845 –y parece que el mediador fue el señor Alejandro de Humbolt – que se le expulsase de Francia. Marx trasladó su residencia a Bruselas, donde en 1847, publicó en lengua francesa la Miseria de la Filosofía, crítica de la Filosofía de la Miseria de Proudhon, y, en 1848, su Discurso sobre el libre cambio. Al mismo tiempo, encontró ocasión para fundar en Bruselas una Asociación de obreros alemanes, con lo que entró en el terreno de la agitación práctica.

Esta adquirió todavía mayor importancia para él al ingresar en 1847, en unión de sus amigos políticos, en la Liga de los Comunistas, liga secreta que llevaba ya largos años de experiencia. Toda la estructura de esta organización se transformó radicalmente; la que hasta entonces había sido una sociedad más o menos conspirativa, se convirtió en una simple organización de propaganda comunista – secreta tan solo porque las circunstancias lo exigían –, y fue la primera organización del Partido Socialdemócrata Alemán. La Liga existía dondequiera que hubiese asociaciones de obreros alemanes. En casi todas estas asociaciones, en Inglaterra, en Bélgica, en Francia y en Suiza, y en muchas asociaciones de Alemania, los miembros dirigentes eran afiliados a la Liga, y la participación de esta en el naciente movimiento obrero alemán era muy considerable. Además, nuestra liga fue la primera que destacó, con su propia actuación, el carácter internacional de todo el movimiento obrero; y organizaba, principalmente en Londres, asambleas obreras internacionales.

La transformación de la Liga se efectuó en dos congresos celebrados en 1847, el segundo de los cuales acordó la redacción y publicación de los principios del Partido, en un manifiesto que habrían de redactar Marx y Engels. Así surgió el Manifiesto del Partido Comunista, que apareció por vez primera en 1848, poco antes de la revolución de Febrero, y que después ha sido traducido a casi todos los idiomas europeos.

Cuando la revolución de Febrero provocó también en Bruselas movimientos populares y parecía ser inminente en Bélgica un cambio radical, el gobierno belga detuvo a Marx sin contemplaciones y lo expulsó. Entretanto, el gobierno provisional de Francia, por mediación de Flocon, le había invitado a reintegrarse a París, invitación que aceptó.

En París, se enfrentó ante todo con el barullo creado entre los alemanes allí residentes, por el plan de organizar a los obreros alemanes de Francia en legiones armadas, para introducir con ellas en Alemania la revolución y la república. De una parte, era Alemania la que tenia que hacer por sí misma la revolución, y de otra parte, toda legión revolucionaria extranjera que se formase en Francia nacía delatada, por los Lamartines del gobierno provisional, al gobierno que se quería derribar, (como ocurrió el Bélgica y en Baden).

Después de la revolución de Marzo, Marx se trasladó a Colonia (en Alemania) y fundó la Nueva Gaceta del Rin, que vivió desde el 1 de junio de 1848 hasta el 19 de mayo de 1849. Fue el único periódico que defendió, dentro del movimiento democrático de la época, la posición del proletariado, cosa que hizo ya, en efecto, al abrazar sin reservas el partido de los insurrectos de junio de 1848 en París. (...) al producirse, en noviembre de 1848, el golpe de Estado en Prusia, incitaba al pueblo, en la cabecera de cada número, para que se negase a pagar los impuestos y a contestar a la violencia con la violencia. (...) el gobierno suprimió por la violencia la Nueva Gaceta del Rin. El último número – impreso en rojo – apareció el 19 de mayo de 1849.

Marx se trasladó nuevamente a Paris, pero pocas semanas después de la manifestación del 13 de junio de 1849 el gobierno francés lo colocó ante la alternativa de trasladar su residencia a Bretaña o salir de Francia. Optó por esto último y se fue a Londres, donde ha vivido desde entonces sin interrupción.

Inmediatamente después del golpe de Estado de diciembre de 1851 en Francia, Marx publicó El 18 Brumario de Luis Bonaparte, (1ra edición Boston, 1852; 2da edición Hamburgo, 1969). En 1853 escribió las Revelaciones sobre el proceso de los comunistas en Colonia (obra impresa primeramente en Basilea, más tarde en Boston y reeditada en Leipzig).

Después de la condena de los miembros de la Liga de los Comunistas en Colonia, Marx se retiró de la agitación política y se consagró, de una parte por espacio de diez años, a estudiar a fondo los ricos tesoros que encerraba la Biblioteca del Museo Británico en materia de Economía Política, y de otra parte, a colaborar en New York Tribune, periódico que hasta que estalló la guerra norteamericana de Secesión, no solo publicó las correspondencias firmadas por él, sino también numerosos artículos sobre temas europeos y asiáticos salidos de su pluma. Sus ataques contra lord Palmerston, basados en minuciosos estudios de documentos oficiales ingleses, fueron editados en Londres como folletos de agitación.

Como primer fruto de sus largos años de estudios económicos apareció en 1859 la Contribución a la crítica de la Economía Política. Primer cuaderno (Berlín, Duncker). Esta obra contiene la primera exposición sistemática de la teoría del valor de Marx, incluyendo la teoría del dinero.

Durante la guerra italiana, Marx combatió desde las columnas de Das Volk, periódico alemán que se publicaba en Londres, el bonapartismo, que por entones se teñía de liberal y se las daba de libertador de las nacionalidades oprimidas; y la política prusiana de la época, que, bajo el manto de neutralidad, procuraba pescar en río revuelto.

Por fin, en 1867, vio la luz en Hamburgo el tomo primero de El Capital, Crítica de la Economía Política, la obra principal de Marx, en la que se exponen las bases de sus ideas económico - socialistas y los rasgos fundamentales de su crítica de la sociedad existente, el modo de producción capitalista y de sus consecuencias. La segunda edición de esta obra que hace época, se publicó en 1872; el autor se ocupa actualmente de la preparación del segundo tomo.

Entretanto el movimiento obrero de diversos países de Europa había vuelto a fortalecerse en tal medida, que Marx pudo pensar en poner en práctica un deseo acariciado desde hacía largo tiempo: fundar una asociación obrera que abarcase los países más adelantados de Europa y América, y que había de personificar, por decirlo así, el carácter internacional del movimiento socialista, tanto ante los propios obreros como ante los burgueses y los gobiernos, para animar y fortalecer al proletariado y para atemorizar a sus enemigos. Dio ocasión para exponer la idea, que fue escogida con entusiasmo, un mitin popular celebrado en el Saint Martin’s Hall de Londres, el 28 de septiembre de 1864, a favor de Polonia, que volvía a ser aplastada por Rusia. Quedó fundada así la Asociación Internacional de los Trabajadores. En la asamblea se eligió un Consejo General provisional, con residencia en Londres. El alma de este Consejo General, como de los congresos que le siguieron hasta el Congreso de La Haya, fue Marx. El redactó casi todos los documentos lanzados por el Consejo General de la Internacional, desde el Manifiesto inaugural de 1864, hasta el manifiesto sobre la guerra civil de Francia en 1871. exponer la actuación de Marx en la Internacional equivaldría a escribir la historia de esta misma Asociación, que, por lo demás, vive todavía en el recuerdo de los obreros de Europa.

La caída de la Comuna de París colocó a la Internacional en una situación imposible. (...) había que tomar una decisión heroica, y fue, como siempre, Marx quien la tomó y la hizo prosperar en el Congreso de La Haya. En un acuerdo solemne, la Internacional se desentendió de toda responsabilidad por los manejos de los “bakunistas” (seguidores de Bakunin) que eran el eje de los elementos insensatos y poco limpios; luego, la Internacional se retiró provisionalmente de la escena, trasladando a Norteamérica el Consejo General. Los acontecimientos posteriores han venido a demostrar cuán acertado fue este acuerdo, tantas veces criticado por entonces y después.

Después del Congreso de La Haya, Marx volvió a encontrar, por fin, tiempo y sosiego para reanudar sus trabajos teóricos, y es de esperar que en un periodo de tiempo no muy largo pueda dar a la imprenta el segundo tomo de El Capital. [Esta biografía fue publicada en vida de Marx].

De los muchos e importantes descubrimientos con que Marx ha inscrito su nombre en la historia de la ciencia, solo dos podemos destacar aquí.

• El primero, es la revolución que ha llevado a cabo en toda la concepción de la historia universal. Hasta aquí, toda la concepción de la historia descansaba en el supuesto de que las últimas causas de todas las transformaciones históricas habían de buscarse en los cambios que se operan en las ideas de los hombres, y de que todos los cambios, los más importantes, los que regían toda la historia, eran los políticos. No se preguntaban de dónde le vienen a los hombres las ideas ni cuales son las causas motrices de los cambios políticos. Solo en la escuela moderna de los historiadores franceses, y en parte también de los ingleses, se había impuesto la convicción de que, por lo menos desde la Edad Media, la causa motriz de la historia europea era la lucha entre la burguesía en desarrollo contra la nobleza feudal por el poder social y político.

Pues bien, Marx demostró que toda la historia de la humanidad, hasta hoy, es una historia de lucha de clases. Que todas las luchas políticas, tan variadas y complejas, solo giran en torno al poder social y político de unas u otras clases sociales; por parte de las clases viejas, para conservar el Poder, y por parte de las nuevas, para conquistarlo. Ahora bien ¿qué es lo que hace nacer y existir a estas clases? Las condiciones materiales, tangibles, en que la sociedad de una época dada “produce y cambia lo necesario para su sustento”.

La dominación feudal de la Edad Media descansaba en la economía cerrada de las pequeñas comunidades campesinas, que cubrían por sí mismas casi todas sus necesidades, sin acudir apenas al cambio, a las que la nobleza belicosa prestaba apoyo contra el exterior y daba cohesión nacional o, por lo menos, política. Al surgir las ciudades y con ellas una industria artesana disociada y un tráfico comercial, primero interior y luego internacional, se desarrolló la burguesía urbana, y conquistó, luchando contra la nobleza, su incorporación al orden feudal, como estamento también privilegiado. Pero, con el descubrimiento de los territorios “no europeos”, desde mediados del siglo XV, la burguesía obtuvo una zona comercial mucho más extensa, y, por tanto, un nuevo acicate para su industria.

La industria artesana fue desplazada en las ramas más importantes por la manufactura de tipo ya fabril, y esta, a su vez, por la gran industria, que habían hecho posible los inventos del siglo pasado (XVIII), principalmente la máquina de vapor, y que a su vez repercutió sobre el comercio, desalojando, en los países atrasados, el antiguo trabajo manual y creando, en los países más adelantados, los modernos medios de comunicación, los barcos de vapor, los ferrocarriles, el telégrafo eléctrico. De este modo, la burguesía iba concentrando en sus manos, cada vez más, la riqueza social y el poder social, aunque tardó bastante en conquistar el poder político, que estaba en manos de la nobleza y de la monarquía.

Situándose en este punto de vista – siempre y cuando que se conozca suficientemente la situación económica de la sociedad en cada época – se explican del modo más sencillo todos los fenómenos históricos, y asimismo se explican con la mayor sencillez los conceptos y las ideas de cada período histórico, partiendo de las condiciones económicas de vida y de las relaciones sociales y políticas de ese período, condicionadas a su vez por aquellas. Por primera vez se erigía la historia sobre su verdadera base; el hecho palpable, pero totalmente desapercibido hasta entonces, de que el hombre necesita en primer término comer, beber, tener un techo y vestirse, y por tanto trabajar, antes de poder luchar por el mando, hacer política, religión, filosofía, etc.; este hecho palpable, pasaba a ocupar, por fin, el lugar histórico que por derecho le correspondía.

Para la idea socialista esta nueva concepción de la historia tenía una importancia culminante. Demostraba que toda la historia, hasta hoy, se ha movido en antagonismos y luchas de clases, que ha habido siempre clases dominantes y dominadas, explotadoras y explotadas, y que la gran mayoría de los hombres a estado siempre condenada a trabajar mucho y disfrutar poco. ¿Por qué? Sencillamente, porque en todas las fases del desenvolvimiento de la humanidad, la PRODUCCIÓN se hallaba todavía en un estado incipiente, que el desarrollo histórico solo podía discurrir en esta forma antagónica y el progreso histórico estaba, en líneas generales, en manos de una pequeña minoría privilegiada, mientras que la gran masa se hallaba condenada a producir, trabajando, su mísero sustento y a acrecentar cada vez más la riqueza de los privilegiados.

Pero, esta misma concepción de la historia, que explica de un modo tan natural y racional el régimen de dominación de clase vigente hasta nuestros días, que de otro modo solo podía explicarse por la maldad de los hombres, lleva también a la convicción de que con las fuerzas productivas, tan gigantescamente acrecentadas, de los tiempos modernos, desaparece, por lo menos en los países más adelantados, hasta el último pretexto para la división de los hombres en dominantes y dominados, explotadores y explotados; de que la gran burguesía dominante ha cumplido ya su misión histórica, de que ya no es capaz de dirigir la sociedad y se ha convertido en un obstáculo para el desarrollo de la producción, como lo demuestran las crisis comerciales, y sobre todo el último gran crac y la depresión de la industria en todos los países; de que la dirección histórica ha pasado ha manos del proletariado, una clase que, por toda su situación dentro de la sociedad, solo puede emanciparse acabando en absoluto con toda dominación de clase, todo avasallamiento y toda explotación; y de que las fuerzas productivas de la sociedad, que crecen hasta escapársele de las manos a la burguesía, solo están esperando a que tome posesión en ellas el proletariado asociado, para crear un estado de cosas que permita a cada miembro de la sociedad participar no solo en la producción, sino también en la distribución y en la administración de las riquezas sociales, y que, mediante la dirección planificada de toda la producción, acreciente de tal modo las fuerzas productivas de la sociedad y su rendimiento, que se asegure a cada cual, en proporciones cada vez mayores, la satisfacción de todas sus necesidades razonables.

• El segundo descubrimiento importante de Marx consiste en haber puesto definitivamente en claro la relación entre el capital y el trabajo; en otros términos. En haber demostrado cómo se opera, dentro de la sociedad actual, con el modo de producción capitalista, la explotación del obrero por el capitalista.

Desde que la Economía Política sentó la tesis de que “el trabajo es la fuente de toda riqueza y de todo valor”, era inevitable esta pregunta: ¿cómo se concilia esto con el hecho de que el obrero no perciba la suma total del valor creado por su trabajo, sino que tenga que ceder una parte de ella al capitalista? Tanto los economistas burgueses como los socialistas se esforzaban por dar a esta pregunta una contestación científica sólida; pero en vano, hasta que por fin apareció Marx con la solución.

Esta solución es la siguiente: El actual modo de producción capitalista tiene como premisa la existencia de dos clases sociales: de una parte, los capitalistas, que se hallan en posesión de los medios de producción y de sustento, y de otra parte, los proletarios, que, excluidos de esta posesión, solo tienen una mercancía que vender: su fuerza de trabajo, mercancía que, por tanto, no tienen más remedio que vender para entrar en posesión de los medios de sustento más indispensables.

Pero el valor de una mercancía se determina por la cantidad de trabajo socialmente necesario invertido en su producción, y también, por tanto, en su reproducción; por consiguiente, el valor de la fuerza de trabajo de un hombre medio durante un día, un mes, un año, se determina por la cantidad de trabajo plasmada en la cantidad de medios de vida necesarios para el sustento de esta fuerza de trabajo, durante un día, un mes o un año.

Supongamos que los medios de vida para un día de seis horas de trabajo para su producción o, lo que es lo mismo, que el trabajo contenido en ellos represente una cantidad de trabajo de seis horas; en este caso, el valor de la fuerza de trabajo durante un día se expresará en una suma de dinero en la que se plasmen también seis horas de trabajo. Supongamos, además, que el capitalista para quien trabaja nuestro obrero le pague esta suma, es decir, el valor íntegro de su fuerza de trabajo. Ahora bien; si el obrero trabaja seis horas del día para el capitalista, habrá reembolsado a éste íntegramente su desembolso: seis horas de trabajo por seis horas de trabajo. Claro está que de este modo no quedaría nada para el capitalista; por tanto éste concibe la cosa de un modo completamente distinto.

Yo, dice él, no he comprado la fuerza de trabajo de este obrero por seis horas, sino por un día completo. Consiguientemente, hace que el obrero trabaje, según las circunstancias, 8, 10, 12, 14 y más horas, de tal modo que el producto se la séptima, de la octava y siguientes horas es el producto de un “trabajo no retribuido”, que, por el momento, se embolsa el capitalista. Por donde el obrero al servicio del capitalista no se limita a reponer el valor de su fuerza de trabajo, que se le paga, sino que, además crea una plusvalía que, por el momento, se apropia el capitalista y que luego se reparte con arreglo a determinadas leyes económicas entre toda la clase capitalista. Esta plusvalía forma el fondo básico del que emanan la renta del sueldo, la ganancia, la acumulación de capital; en una palabra, todas las riquezas consumidas o acumuladas por las clases que no trabajan.

De este modo se comprobó que el enriquecimiento de los actuales capitalistas consiste en la apropiación del trabajo ajeno no retribuido, ni más ni menos que el de los esclavistas o el de los señores feudales, que explotaban el trabajo de los siervos, y que estas formas de explotación solo se diferencian por el distinto modo de apropiarse el trabajo no pagado. Y con esto, caían también por su base todas esas retóricas hipócritas de las clases poseedoras de que bajo el “orden social vigente” reinan el derecho y la justicia, la igualdad de derechos y deberes y la armonía general de intereses. Y la sociedad burguesa actual se desenmascaraba, no menos que las que le antecedieron, como un establecimiento grandioso montado para la explotación de la inmensa mayoría del pueblo por una minoría insignificante y cada vez más reducida.

Estos dos importantes hechos sirven de base al socialismo moderno, al socialismo científico. En el segundo tomo de El Capital se desarrollan estos y otros descubrimientos científicos no menos importantes relativos al sistema social capitalista, con lo cual se revolucionan también los aspectos de la Economía Política que no se habían tocado todavía en el primer tomo. Lo que hay que desear es que Marx pueda entregarlo pronto a la imprenta.