Psicología y Psicopedagogía
Publicación virtual de la Facultad de Psicología y Psicopedagogía de la USAL Año I Nº 3 Setiembre 2000 |
EL ROL DE LA FAMILIA EN LA EDUCACION DE LOS HIJOS.JORNADAS INTERDISCIPLINARIAS DE INSTITUCIONES DE PROMOCION SOCIAL, EDUCACIÓN Y SALUD. MINISTERIO DE CULTURA Y EDUCACIÓN - MINISTERIO DE BIENESTAR SOCIAL
GOBIERNO DE LA PROVINCIA DE LA PAMPA.
Santa Rosa, 24 y 25 de septiembre de 1999.CONFERENCIA INAUGURAL
A cargo de la
Lic. Silvia Baeza
Profesora Titular de Clínica Psicopedagógica
en la carrera de Psicopedagogía de la USAL.
Vicepresidenta de la Fundación Gregory Bateson.El tema de esta conferencia es complejo y a ninguno de nosotros se nos escapa lo insuficiente de un abordaje desde una sola ciencia o desde una única perspectiva. También es difícil y exigente hacer aportes totalmente nuevos u originales, por lo cual trataré de destacar algunas ideas fuertes dentro del campo de trabajo en salud con familias, que espero sirvan como temas generadores de futuras investigaciones, ampliaciones u observaciones, o que propicien reflexiones o cuestionamientos a posteriori de la exposición o en futuros encuentros.
Tomaré como marco teórico referencial de mi exposición la teoría general de los sistemas, especialmente la referida a la terapia familiar, aportes de la teoría de la comunicación, de la psicología evolutiva y de la sociología de la familia.
Idea de familia
La idea de familia, en particular de familia nuclear, como unidad social con sus propios procesos evolutivos, remite a considerar a la familia como un segmento de un grupo más amplio en un período histórico particular de tiempo. Es aún un tema joven de la psicología.
La terapia familiar en sus jóvenes 40 años está en plena producción de nuevas miradas y aproximaciones teóricas y prácticas a esta temática. Pero todavía es largo el camino que debemos recorrer para dilucidar las dimensiones y procesos específicos del cambio familiar, para poder responder a preguntas como: ¿por qué, para qué y cómo cambian las familias?, ya sea a cambios espontáneos como inducidos.
Conocer, desentrañar y utilizar "los tesoros ocultos de la familia", los recursos que posee cada familia, a veces totalmente insospechados aún para ella misma, arrojan una luz de esperanza sobre este tema tan complejo.
La familia, como unidad o sistema, es un campo privilegiado de observación e investigación de la interacción humana y por ende de la interacción social. La metáfora de la familia como "aula primordial" apunta a cómo en su seno se instaura el proceso de socialización del hombre. Allí se tejen los lazos afectivos primarios, los modos de expresar el afecto, la vivencia del tiempo y, del espacio, las distancias corporales, el lenguaje, la historia de la familia grande, extensa, que comprende a las distintas generaciones que nos precedieron; es decir, todas las dimensiones humanas más significativas se plasman y transmiten en la cotidianeidad de la vida en familia. Esta es por excelencia el campo de las relaciones afectivas más profundas y constituye, por lo tanto, uno de los pilares de la identidad de una persona.
La familia no se reduce a la suma de interacciones entre padres e hijos y las relaciones fraternas, sino que es una totalidad dinámica que asume la función de diferenciación y de lazo entre sexos y entre generaciones.
Considerada como un sistema, no ya como la sumatoria de personas que la componen, es un sistema abierto que tiene múltiples intercambios con otros sistemas y con el contexto amplio en que se inserta; es decir que recibe y acusa impactos sociales, políticos, económicos, culturales y religiosos.
Sus funciones específicas son:
- la reproducción de nuevas generaciones,
- la socialización de base de los niños
- y la transmisión de valores, ideales, pensamientos y conceptos de la sociedad a la que pertenece.
Quién ejerce la autoridad, qué tareas corresponden a cada sexo, a los jóvenes, a los ancianos, cómo se ayuda al grupo familiar, quién provee las necesidades, qué códigos de comunicación están permitidos ya sea gestuales, orales o el silenciamiento de emociones y sentimientos, el sentido de la vida y la muerte, la importancia de las fiestas, reuniones sociales o ceremonias, todos y cada uno de estas formas básicas de comunicación, se aprenden, se incorporan dentro de una familia.
En la familia se reproducen las estructuras sociales fundamentales. En su interior se definen distintas relaciones simétricas o complementarias, jerárquicas o igualitarias teñidas siempre por valores afectivos.
El modelo familiar es un modelo cultural en pequeño. A partir de ese modelo cada familia elabora su propia variante, en general, a través de mitos, tradiciones y valores. Se incorpora el qué –los contenidos de la cultura- y también el cómo, es decir, los modos de hacer, de proceder, de aprender.
El mito familiar es una especie de ideología de grupo compuesta por valores, representaciones y creencias que proveen los modelos de conducta. Sirve de defensa contra lo que podría amenazar al equilibrio familiar y también permite el cambio –morfogénesis— de la familia.
Toda familia, al igual que todo sistema, tiene un conjunto de reglas interactivas que muy a menudo son implícitas, pero suelen hacerse visibles cuando comienzan a tornarse disfuncionales. Cada regla instaura un sistema de derechos y obligaciones. Estas reglas proveen un contexto relativamente estable, predictible, indican cuáles son las expectativas recíprocas, cómo anticipar condiciones o situaciones y cómo interpretar las comunicaciones y comportamientos de sus miembros.
Desde la perspectiva sistémica, entendemos las interacciones familiares bajo el ángulo de estabilidad y cambio. El cambio está incluido en la naturaleza misma de la familia dados los momentos evolutivos, los ciclos vitales que la atraviesan (nacimientos, crecimientos, envejecimiento).
Para responder a las situaciones nuevas y desconocidas, la familia requiere de la capacidad de una adaptación activa, el reconocimiento de las necesidades propias, generar condiciones nuevas y modificar la realidad inmediata. Cuando no se cuenta con estos recursos aparecen las crisis familiares que se corresponden frecuentemente con la incapacidad del sistema de integrar el cambio, en general por tener reglas muy rígidas. Como toda crisis, además de peligros éstas encierran también oportunidades para el cambio.
En épocas como la actual, todos nosotros, ya sea individualmente o en el seno de nuestras familias, de una manera u otra vivimos rupturas profundas. Es decir, más períodos de cambio que de estabilidad. Rupturas con el mundo de nuestra infancia, nuestros "ayeres". Estamos inmersos en un shock de transformación física de nuestros espacios, de los tiempos, de los objetos que usamos. También sufrimos permanentemente las transformaciones de valores, de verdades científicas que considerábamos inmutables y la transformación acelerada de significados y costumbres.
Por lo tanto, dentro y fuera de la familia nos enfrentamos con la exigencia de reflexionar desde ella, sobre ella, acerca de ella, en relación con ella. Nada de lo que nos ocurre en la vida parece dejar de tener relación con la familia.
Los universales familiares
A pesar de reconocer las casi incontables variaciones culturales e históricas de la familia humana parece, no obstante, haber algunos universales familiares. Estos se conocen como pautas normativas, amplias y necesarias de tener en cuenta, a la hora de trabajar con familias. Veamos algunas:
- Los padres adultos se hacen cargo de la crianza de los hijos
- dentro del grupo familiar se cumplen ciertos requerimientos apropiados a ciertos niveles de desarrollo
- los miembros de la familia se adaptan a las reglas familiares que les otorga roles y funciones. En la familia el niño aprende a hablar, vestirse, obedecer o enfrentar a los mayores, proteger a los más pequeños, compartir alimentos, participar de juegos colectivos respetando reglamentos, distinguir lo que está bien o está mal, es decir, a convertirse en un miembro más o menos "standard" de la sociedad a la que pertenece. Lo que se aprende en la familia tiene una indeleble fuerza persuasiva.
- Esta adaptación permite un funcionamiento "suave", respuestas anticipatorias, seguridad, lealtad y armonía. A su vez requiere largos períodos de negociación, competencias, quién hace cada cosa, quién responde a quién, cuándo, cómo, quiénes están incluidos/ excluidos, cómo se dirimen los conflictos, o se toman decisiones, quién es responsable de quién, etc.
- Cada grupo familiar tiene su sello, estilo, código o manera propia, el lenguaje vulgar lo expresa en la frase: "nosotros los Baeza, los Pérez".
- En toda familia se produce una tensión balanceada entre pertenencia y autonomía (o bien entre el yo y el nosotros). Todo período de transición requiere de cambios que encierran a su vez peligros y oportunidades. En estas circunstancias la familia se hace mas compleja y usa sus recursos para enfrentar el cambio, o bien se estanca.
Resumiendo, los parámetros universales referidos a la familia son, sin lugar a dudas, el cuidado, el crecimiento y el desarrollo de los hijos y la transmisión de pautas culturales. En éstas últimas décadas, no obstante, también parece haber tomado relevancia el soporte emocional entre los cónyuges, la pareja como tal, vínculo que no era considerado central anteriormente como fundamental de la unidad familiar.
También se observa en la actualidad, en particular en nuestras sociedades occidentales, un mayor interés en la calidad emocional de las relaciones, no sólo a nivel familiar, sino laboral y de tiempo libre. El énfasis parece estar puesto en la calidad de los vínculos, en los aspectos de intimidad y en la conformidad o no con los roles sociales. Ya no parece que alcanza con ser un padre buen proveedor de recursos, o como hijo sólo ser obediente y laborioso. De la vida familiar se espera que provea felicidad y plenitud.
Ciclo vital y desarrollo familiar
Desde otras ciencias sociales, con quienes se hace cada vez más necesario tender y afianzar puentes, encontramos los valiosos aportes de la sociología de la familia, que utiliza un enfoque descriptivo del ciclo de vida de la familia, con su secuencia de etapas más o menos ordenada, caracterizada por tareas evolutivas y marcada por transiciones.
La idea de ciclo vital en una familia, se refiere a aquellos hechos nodales que están ligados a la pericia de los miembros de la familia, como el nacimiento y crianza de los hijos, la partida de éstos del hogar, el retiro y la muerte. Estos hechos producen cambios a los que deberá adaptarse la organización formal o simbólica de una familia, e implica reorganizar roles y funciones. El curso vital de una familia evoluciona a través de una secuencia de etapas bastante previsibles, parecería que bastante universal, pese a todas las variaciones culturales y subculturales.
Estos cambios son calificados de "normativos" ya que gran parte de la raza humana comparte estas expectativas sociales (la entrada a la pubertad, el ingreso a grupos secundarios como la escuela primaria, el retiro del trabajo, etc). Estas pautas normativas actúan como guías o ideales culturales que valorados o denigrados, ejercen cierta influencia sobre el modo en que los individuos perciben su vida y también sobre su conducta en la vida real.
La insistencia en las etapas, tal vez un legado del modelo de la sociología de la familia, conlleva a que se describan las relaciones como cualitativamente diferentes de una etapa a otra, y se ocupen más de lo que sucede dentro de las etapas que lo que pasa entre las etapas. La noción de etapa sugiere períodos prolongados, duraderos, estables versus la idea de transición que se refiere a períodos breves, más fugaces y de inestabilidad. Sin embargo, los tiempos modernos nos sitúan más en las transiciones, a veces largas y difíciles y tan importantes como las etapas ("en cibernética no se puede separar la estabilidad del cambio, pues son las dos caras de una moneda sistémica , Bradford Keeney).
Por lo tanto, es necesario un modelo más amplio que permita integrar etapas y transiciones a través de una serie de períodos alternados de construcción de estructuras—etapas—y cambio de estructuras—transiciones.
El concepto, más actual y más amplio, que estamos comenzando a emplear en el estudio y trabajo con familias es el de desarrollo familiar. Este abarca todos los procesos co-evolutivos vinculados al crecimiento de la familia, e incluye los procesos de continuidad y cambio, relacionados con el trabajo o el desarrollo ocupacional, el cambio de domicilio, mudanzas, la migración y la aculturación, las enfermedades crónicas o agudas o cualquier conjunto de hechos que alteren significativamente la trama de la vida familiar. También incluye los procesos psicológicos como el desarrollo de la intimidad de una pareja, las aflicciones por duelos sufridos, las lealtades invisibles o la transmisión de triángulos intergeneracionales dentro de una familia. En estos aspectos cada familia difiere de las demás pues posee su propia y única senda de desarrollo.
El concepto. de desarrollo familiar —más amplio que el tradicional de ciclo vital- es útil para referirse a los cambios culturales, es decir, a la acción de cada cultura y momento histórico sobre cada miembro a determinada edad.
De lo universal a la relatividad cultural
Limitarse entonces sólo al esquema de ciclo vital impide, a quienes trabajan con familias, situarlas dentro de los contextos socioculturales a los que pertenecen. Si bien aceptamos que existen similitudes universales entre las familias, también sabemos las múltiples diferencias entre ellas, aunque solemos limitarnos a un prototipo normativo del ciclo vital, que en general es importado y no responde a nuestro medio. Esta circunstancia puede conducir a graves errores en la interpretación de modelos familiares.
Las diferencias culturales o subculturales pueden hacer que, en algunas familias, la etapa de dependencia entre la madre y los hijos pequeños sea más prolongada, o que no exista una etapa de emancipación neta para los adultos jóvenes o una etapa marcada de "nido vacío" para los padres en edad madura o en los ancianos.
Debemos ser sensibles al hecho de que existen muchos ciclos vitales normativos. Introducir la idea de relatividad cultural, con respecto a cuestiones de organización y desarrollo de la familia, es indispensable en particular en ésta época en que nuestro país cuenta con numerosos grupos étnicos y culturales.
Es común y se presta poca atención (o se toma muy a la ligera) la tendencia a crear estereotipos culturales o a omitir diferencias por aplicación de las normas de la cultura dominante.
Cohesión, adaptabilidad y comunicación familiar
A pesar de lo mucho que se nombra a la familia, o de las veces que se la toma como eje de diversos discursos, insisto, es poco lo que sabemos acerca de los procesos familiares "normales" y el grado de satisfacción con la familia en cada una de las etapas. Es mayor nuestro conocimiento de los problemas individuales, que no obstante han comenzado o terminan dentro de la familia.
Hoy las familias se encuentran con interminables desafíos y frustraciones que amenazan sus estructuras presentes y someten sus recursos a exigencias excesivas. Para complicar sus problemas, la sociedad en general presta bastante poco reconocimiento a la importancia de la familia y no acude en su ayuda hasta tanto no se encuentre en un estrés intenso y sea incapaz de desempeñarse.
En general, la mayoría de los estudios se centran en aquellas familias que tienen dificultades para hacer frente a una gama de problemas emocionales, físicos (drogas, maltrato, abuso), por consiguiente, sabemos bastante más sobre las familias "problema" y presumimos que las familias "normales" carecen simplemente de estas características. Lo que no conocemos, o no damos a conocer, son justamente los aspectos positivos, los lados fuertes y los atributos de las familias que enfrentan eficazmente el estrés cotidiano.
En la época actual en que existe gran preocupación por la desaparición o disolución de la familia, nuevas herramientas conceptuales y no sólo técnicas, son necesarias para brindar apoyo y fortalecer a parejas y familias.
Un concepto muy fecundo (relativamente nuevo) es el de "resiliencia familiar", que permite identificar y apuntalar ciertos procesos interactivos fundamentales que pueden activar las familias para soportar desafíos disociadores y recobrarse. "Al adoptar la perspectiva de la resiliencia, se deja de ver a las familias como entidades dañadas y se las empieza a ver como grupos capaces de reafirmar sus posibilidades de reparación. Este enfoque se funda en la convicción de que tanto el crecimiento del individuo como el de la familia pueden alcanzarse a través de la colaboración ante la adversidad." (Walsh, E., 1996).
La palabra resiliencia, que empleamos hoy para estudiar a las familias, está tomada de la física. Se refiere a la elasticidad de un material, su tendencia a oponerse a la rotura por choque. La analogía de este concepto transportado desde la física hacia nuestro campo, se refiere a los recursos, a la capacidad de soportar las crisis y adversidades y recobrarse, tanto a nivel individual como familiar. Mientras que una crisis o un estado persistente de estrés puede derrumbar a algunas familias, otras emergen de ellos fortalecidas y con mayores recursos. Para sobrevivir y recuperarse de medios familiares y/o sociales altamente destructivos, gracias a lo que en un lenguaje vulgar podríamos llamar fortaleza interior o tal vez, más apropiadamente, entereza. Tal vez sea ilustrativa la maravillosa película que vimos este año " La vida es bella".
"Los niños del cielo" justamente muestran, en un lenguaje metafórico, como el crecimiento, la fortaleza personal y la del grupo familiar pueden alcanzarse a través del apoyo y colaboración ante la adversidad. Me refiero a la preparación desde la familia para enfrentar la incertidumbre, los desafíos futuros a través del apoyo mutuo, la flexibilidad y la innovación indispensables para contar con una fortaleza evolutiva frente a un mundo que cambia rápidamente.
Dentro del conjunto de las investigaciones familiares más recientes, tres conceptos son centrales: la cohesión familiar, la adaptabilidad y la comunicación familiar, es decir son indispensables para atribuir a la familia una influencia mediadora positiva.
Vamos a revisar rápidamente estas ideas.
La cohesión familiar se refiere a la ligazón emocional que los miembros de una familia tienen entre sí. Existen cuatro niveles de cohesión familiar: desvinculada (o sea una ligazón muy baja), separada, conectada y enmarañada. Cuando la cohesión es excesiva, se trata de un sistema enmarañado y existe un exceso de identificación con la familia, de manera tal que la lealtad hacia ella y el consenso interno impiden la individuación de sus miembros. En el extremo opuesto, los sistemas desvinculados estimulan un alto grado de autonomía: los miembros de la familia "hacen cada uno lo suyo" y tienen un apego o compromiso limitado hacia ella. En el área central que se corresponde con los modelos separados y conectados los miembros pueden experimentar la independencia de la familia y la conexión con ella, de maneras equilibradas.
La adaptabilidad familiar es la capacidad de un sistema familiar de cambiar su estructura de poder, relaciones de roles y reglas de relación, en respuesta al estrés situacional o evolutivo. La adaptabilidad puede ser muy baja, es decir rígida, estructurada, flexible o caótica. La adaptabilidad marca el potencial de desarrollo o crecimiento, es la capacidad de cambio cuando éste es necesario.
La tercer dimensión es la comunicación familiar. Se refiere básicamente a la comunicación positiva, facilitadora, por ejemplo la empatía, la escucha reflexiva, los comentarios de apoyo que permiten a los miembros compartir sus necesidades y preferencias cambiantes o bien en el otro extremo la comunicación negativa como son los dobles mensajes, las críticas.
Para mirar una familia
A partir de estas tres dimensiones podemos mirar, entender y ayudar a una familia, aunque todavía son necesarios otras lentes y varias frecuencias simultáneas.
a) Atender a la forma en que los miembros de cada familia se nombran, se definen y adjudican entre sí variados grados de inteligencia, capacidad, pereza diligencia o creatividad en áreas particulares, muestra como se establecen en el seno del grupo familiar etiquetas o rótulos —igual a lo que sucederá más tarde en la escuela o en el trabajo, por ejemplo "brillante", "estúpido", "torpe", "lento", "exagerada", "una niña difícil", "sensible". Estas etiquetas traducen el modo en que los padres responden a sus hijos y a su vez los hijos tienen un tremendo poder para controlar la conducta parental.
Estas atribuciones pueden socavar o apuntalar los logros del niño o joven, creando una profecía autocumplida (Rosenthal y Jacobson, 1968, Watzlawick, 1984). Cada uno actúa y encarna aquellas características que le son atribuidas por otros, en particular estas etiquetas o rótulos familiares tienen mucho peso y por muchos años.
b) Analizar la estructura,(cómo se configura u organiza ese grupo familiar, cuáles son los subsistemas, las jerarquías, las alianzas entre miembros, las fronteras, el poder de cada miembro) y el estilo de comunicación familiar permite entender la concepción que la familia tiene sobre sí misma.
Un grupo familiar débilmente organizado o suborganizado, en el cual predomina una comunicación cortada, poco clara, genera y multiplica mensajes opuestos, o dobles, no orienta claramente hacia la tarea, no mantiene el foco de atención y tiende a producir fragmentación.
En este estilo de estructura y comunicación familiar- suborganizado- predomina un estilo de control o de autoridad errática que se relaciona más con el "humor" del adulto frente a cada situación que con un proceso de principios o de valores rectores significativos y constantes para ese grupo familiar.
Esta característica se observa de manera muy evidente frente a las situaciones de resolución de conflictos cuando en lugar de dirimirse en diálogos, confrontaciones, consensos, acuerdos mínimos u otras formas, se eligen o se opta por diversas formas de amenazas o contra amenazas. En estos casos la intensidad de la acción y el ruido (gritos) van en detrimento de una comunicación verbal fluida y más satisfactoria. Los miembros -adultos y jóvenes por igual- no esperan, ni han aprendido a ser escuchados, no se implementan soluciones a largo plazo ni respuestas cognitivamente mediadas. Suele imponerse la relación jerárquica por sí misma y se exige acatamiento si es necesario por la fuerza (real y física o simbólica. )
Es una modalidad de comunicación fragmentada, entrecortada, cargada de interrupciones o cambios de temas abruptos, que sume a los participantes, principalmente a los hijos, en un desconcierto total.
Distintos niveles de mensajes en la comunicación formal (lo que se dice) y la informal (lo que se hace o se da a entender) se anulan mutuamente.
En definitiva situaciones no claras respecto de roles y funciones en los distintos miembros, suelen producir una desorientación generalizada frente a las tareas al desconocerse el qué y el cómo se espera de cada uno.
La estructura, interacción y comunicación dentro de la familia superorganizada, lo opuesto a la anterior, muestra una excesiva preocupación y ansiedad de los adultos sobre los aspectos de rendimiento. Los adultos, aquí padres, están sobreinvolucrados o tienen características de sobreprotección respecto de los hijos, lo cual produce o exacerba la conducta de oposición. El hijo en general es visto como "débil o perezoso", se priorizan los resultados o el rendimiento en general, lo cual genera o sostiene un negativismo o conducta de oposición pasiva frente a tareas y logros generales. El hijo en estas circunstancias es visto (y probablemente se siente) como "incompetente" y lo expresa con una conducta distante, apática y negligente.
Una tercera forma de estructuración y comunicación familiar es aquella en la que se da poca o nula motivación. El estilo comunicacional en este grupo familiar es de descalificación continua o desvalorización de las conductas y en particular de los logros de sus miembros. Hay un débil marco de contención familiar y se responsabiliza exclusivamente al niño de sus éxitos o fracasos sin tomar en cuenta la atmósfera familiar y social. Se dan concomitantemente atribuciones inapropiadamente negativas de la familia y bajas expectativas o desvalorización en el área de los logros.
Suele además ser explícita y abierta la descalificación del contexto escolar o laboral. Los padres pueden desvalorizar los logros académicos también explícita o implícitamente por medio del ejemplo. Para establecer una escala de valores atribuidas al logro se apoyan en sus propios éxitos o fracasos intelectuales, culturales o sociales y en sus formas de relación con figuras escolares de su propia historia.
Obviamente una comunicación positiva, flexible, en un grupo familiar que confía en sus propios recursos, con una pareja conyugal fuerte y satisfecha con el matrimonio y la vida familiar potencian las fuerzas de orgullo y acuerdos familiares, que parecen servir de amortiguadores ante los sucesos estresantes de la vida. Cualquier perspectiva positiva debe naturalmente ser nutrida por un contexto alentador, las condiciones de vida tienen que presentar recompensas accesibles y predecibles.
c) Otro aspecto imprescindible en el trabajo con familias es considerar los propios valores (del profesional correspondiente) que siempre actúan como filtros, tanto desde lo profesional como desde el género al que pertenecemos.
d) Tomar en consideración la clase social a la que pertenece esa familia, los aspectos de etnicidad (tradición y conflictos con la aculturación), el ciclo vital por el que atraviesa, las etapas evolutivas de cada uno de sus miembros y que es lo esperable que pase en ese determinado contexto social.
Nuevas formas y transformaciones
A esta altura, ya expuestos los conceptos centrales pasaremos a considerar las distintas configuraciones y transformaciones que está atravesando lo que hasta ahora llamábamos sin demasiadas dudas "una familia".
La familia, como institución primaria y básica, ha sufrido cambios importantes en las últimas décadas.
El concepto tradicional de familia y los roles que dentro de ella juega cada uno de sus miembros, se ha modificado sustancialmente.
Desde la familia extensa, en que convivían varias generaciones (patriarcado) reconocemos hoy a la familia nuclear (de padres e hijos) y otras formas de agrupamientos familiares muy diferentes de pautas históricas anteriores.
Estos modelos se dan en todas las clases y niveles sociales dando lugar a diversas configuraciones familiares: familias uniparentales, familias ensambladas, familias reorganizadas, hijos que no conviven con sus padres, convivencias de miembros que no poseen lazos consanguíneos, "parientes sin nombre", (el lenguaje cotidiano lo expresa con su habitual riqueza: "el hijo de la novia de mi papá, que obviamente no es mi hermano", o la relación entre " ex- consuegros" o ex- cuñadas).
Lejos de la idea de "familia tipo" sin abrir juicios, ni detenerme en el análisis de posibles consecuencias cuyos resultados aún no podemos evaluar, hoy encontramos y debemos trabajar con formas diversas de configuraciones familiares. Grupos familiares con padres (es interesante mencionar que la palabra padres = parents en inglés no tiene género), adultos de un mismo sexo, hijos engendrados en úteros ajenos, hijos de un padre del que sólo se requirió su esperma, etc. Varios y fuertes modelos sociales proclaman estas nuevas formas de configuraciones familiares (Xuxa, Madonna, etc).
Lo cierto es que existen y como grupo padecen, sufren y demandan atención profesional diversa, (jurídica, de salud, de educación, social, etc).
Los roles asignados a cada sexo, inmutables por siglos, hoy también son "sacudidos" y deben adecuarse a necesidades y formas nuevas.
Respecto del rol femenino asistimos al cambio del orden jerárquico anterior. La mujer accede a roles que no hubieran podido ocupar sus madres.
El rol masculino paterno naturalmente también ha variado, no siempre en sintonía con los cambios del rol femenino materno. El rol de autoridad antes exclusivo, incuestionable, rígido, la toma de decisiones, el manejo del dinero y otras dimensiones que se ven fuertemente cuestionadas.
Familias uniparentales, en su mayoría nucleadas alrededor de la figura materna, nos muestran hoy una mujer sola, soportando todo el peso de la crianza, la manutención y el cuidado y educación de los hijos.
Se esgrimen como explicaciones a estos nuevos fenómenos de la vida familiar, entre otras, la incorporación de la mujer al mercado laboral, su igualación en muchos planos con el hombre, los divorcios, la variabilidad en las relaciones de pareja, las familias ensambladas. Lo cierto es que entre otros aspectos, se han reducido de manera drástica los miembros fijos en la familia nuclear. La consecuencia es que hay cada vez menos mujeres y ancianos ( y hasta criados) que antes eran los miembros de la familia que más tiempo pasaban en casa junto a los niños.
Como efecto de ello hoy tenemos niños y jóvenes que pasan solos o en grupos de pares (a veces pandillas o patotas) muchas horas del día.
Parece haberse producido "un eclipse de la autoridad de los adultos" (Savater). Padres y adultos parecen haber abdicado de algunas de sus funciones específicas respecto de los niños y jóvenes.
Este "eclipse de autoridad" se hace patente en todo lo que se refiere especialmente a modelos adultos de conducta y aprendizaje.
Los cambios en la configuración de la familia, los nuevos roles femenino- materno y masculino- paterno, las exigencias laborales, económicas, la incertidumbre existencial, la complejidad de la vida actual, ha transformado a la familia en una instancia social que no cubre su papel socializador de antaño y cada vez delega más y más funciones sobre otras instituciones.
Padres y/o tutores que han perdido su autoridad o no la ejercen, delegan sobre la escuela y otras instituciones cada vez más funciones primarias.
La escuela, por ejemplo, imperceptible y sutilmente las asume y los docentes pasan a ocupar roles paternos, terapéuticos y de trabajadores sociales. Se complejiza así su función específica de enseñanza haciéndose cargo en bloque de aspectos socio- emocionales y culturales de los alumnos que, por otra parte, no puede cubrir, lo que produce un círculo de frustración y descalificación continuo. Los docentes, también partícipes de esta cultura social, actúan estos mismos modelos de adultos abdicantes lo que da como resultado una forma radicalmente opuesta al tradicional y cuestionado autoritarismo: el permisivismo y el facilismo.
A modo de cierre
Hasta aquí los conceptos teóricos y pautas centrales respecto de la familia, pero dado que el título de esta conferencia se refiere explícitamente al rol de la familia en la educación de los hijos quisiera exponer algunos parámetros, modelos o estilos familiares que la clínica nos muestra como disfuncionales.
Predicar sobre "lo que debemos hacer" en este terreno parece peligroso y sin dudas audaz y muy soberbio. Por otro lado, anularía esta característica tan genuina de las familias de hacer las cosas "a su manera" y quitaría lo que precisamente es necesario salvaguardar el lugar y la decisión de los padres y, en todo caso, de todos los otros miembros de decidir qué y cómo hacerlo y en qué tiempos.
Quienes trabajamos con situaciones humanas complejas sabemos cuán poco nos sirven y qué poco claros, o excesivamente amplios, son los pretendidos criterios de normalidad y salud.
Voy a recordar un chiste que solía contar Carl Whitaker, precursor y pionero del trabajo con familias. Contaba con mucha gracia un chiste gráfico en el que se veía la sala enorme de un teatro y en el escenario un cartel que decía: "Convención Nacional de hijos adultos de familias sanas (normales)"; en la enorme platea, llena de butacas vacías, había sentada una sola persona.
Quisiera una vez más a destacar algunos ejes que como padres o profesionales pueden orientarnos en la tarea de lograr un mayor bienestar de las familias, cada uno desde su pequeño o gran campo de intervención.
La necesidad de una seria reflexión como adultos, padres, docentes, profesionales, ya que no escapamos tampoco al signo de los tiempos. El fanatismo por lo juvenil está presente en los modelos contemporáneos de comportamiento adulto. La moda joven, la despreocupación juvenil, el cuerpo ágil, los culto a los deportes, lejos del concepto adulto vigente para generaciones anteriores sobre la madurez adulta, esa aleación de experiencia, paciencia, moderación y sentido de la responsabilidad parecen estar desdibujados como modelos de aprendizaje para nuestros jóvenes.
Para que una familia funcione como modelo de aprendizaje o favorezca el aprendizaje de un modelo, es imprescindible que alguien se resigne a ser adulto. El padre que quiere funcionar como el mejor amigo del hijo, la madre que prefiere se la confunda con una hermana mayor, no funcionan desde su nivel jerárquico correspondiente de padres y confunden al hijo. Cuanto menos padres quieren ser los padres más paternalista se le exige que sea al Estado y se delegan sucesiva y simultáneamente funciones de la familia en otros sistemas, por ejemplo, discotecas, horarios, carnet de conducir, prohibiciones diversas.
Lo que hemos llamado "una crisis de autoridad en la familia", también merece un espacio de reflexión. La autoridad no consiste en mandar, etimológicamente proviene de un verbo latino que significa ayudar a crecer, ayudar a que crezcan mejor, puesto que de todos modos van a crecer irremediablemente. Si los padres no ayudan a los hijos con su autoridad amorosa a crecer y prepararse para ser adultos, serán las instituciones públicas las que se vean obligadas a imponerles el principio de realidad, no con afecto, sino por la fuerza.
Como contracara del eclipse de la autoridad paterna-adulta es la transformación de los propios niños y jóvenes formados dentro de este modelo social y fuertemente influidos por la cultura en que vivimos, lo que nos obliga a mirar más de cerca lo que rodea a la familia: el medio.
La autoridad paterna, antes incuestionable y casi exclusiva, sólo heredada por los maestros, hoy se ve jaqueada entre otros aspectos por la TV que tal vez sea uno de los protagonistas centrales de la "revolución familiar". Ya no sólo se trata de que no eduque, sino que educa con una fuerza irresistible. Hasta hace pocos años las dos principales fuentes de información eran los libros y las lecciones orales de padres y maestros y otros adultos significativos, dosificadas sabiamente. Pero la irrupción de la TV como un miembro más del grupo familiar terminó con esa dosificación o progresivo revelamiento de realidades feroces e intensas de la vida: enfermedades, guerra, violencia, muerte, ambición, corrupción, incompetencia.
La TV rompe los que eran tabúes para la infancia, transforma violentamente lo que llamábamos "inocencia infantil", lo cuenta todo. Ofrece modelos de vida, ejemplos y contraejemplos, valores y contravalores, sin permitir discriminar información, noticias y mensajes contradictorios. La TV. socializa a través de gestos, climas afectivos, tonalidades de voz, promueve creencias y emociones y adhesiones totales, masivas. Lejos de sumir a los niños en la ignorancia les hace aprenderlo todo y, en general, en soledad, sin padres que puedan acompañar, opinar, compartir, oponerse, contraargumentar.
La información masiva (no sólo de la TV, videos, periódicos, revistas) a que estamos sometidos y la instantaneidad de todo lo que ocurre en cualquier lugar del planeta sin tiempo, antes de una nueva y distinta información, fragmenta nuestra conocimiento y nuestros vínculos más estrechos. Es muy difícil mediatizar esta loca y arbitraria fragmentación de contenidos. A niños y jóvenes se les develan realidades atroces, de tal crudeza que ni los adultos podemos a veces tolerar.
El éxito, la fama, la riqueza, el sida, las drogas, la violencia social, la corrupción, la mentira y el engaño dan lugar a veces a identificaciones masivas, otras a una actitud general de saturación, poco curiosa y muy poco cuestionadora. Asistimos, a veces muy pasivamente, a una pérdida gradual de la capacidad de distinguir lo real de lo virtual. "Se acabó la trabajosa barrera que la alfabetización imponía ante los contenidos de los libros", dice Savater., "al irse haciendo superflua la preparación estudiosa que antes era imprescindible para conseguir información". Esta cultura "Light", del zapping* de la saturación, de la pasividad de espectadores, juega en contra de la tarea de socialización de la familia.
En este sentido, en lugar de adultos abdicantes, o ausentes, la única vía o camino para mediatizar, y si es posible articular la información, parece ser convertirse en adultos maduros y presentes.
Adultos padres y docentes que eduquen (sin temor a la palabra educar, que también ha sufrido censura en nuestra educación) para la selectividad, la crítica, la confrontación, la autonomía y la libertad responsable.
Desafiar creencias, a veces clichés de nuestro tiempo como "no puedo controlarme", que justifica comportarse de forma perjudicial para otros o para sí mismo (esto vale especialmente para la violencia) es útil. Significa promover el control deliberado voluntario y responsable de la conducta. Obviamente esto no nace por generación espontánea es necesario una educación, larga, coherente con este principio, desde los estadios más tempranos.
Nuevas investigaciones (de biólogos, etólogos, antropólogos, sociólogos) han proporcionado evidencias que lejos de aquella idea de pequeños egoístas y amorales, ya desde sus primeros años de vida los niños no sólo comprenden en forma rudimentaria los puntos de vista de otras personas, sino que son capaces también de adoptar conductas prosociales, orientadas hacia los demás.
Transformar en recursos los déficits que apunta al uso y desarrollo de un pensamiento positivo, creador, de la mano de la autoestima, la esperanza y la confianza en sí mismo y en otros en lugar de la sensación de desesperanza, también se aprende en la familia.
Si se estimula la colaboración entre los miembros, creando nuevas o renovadas competencias, apoyo mutuo y confianza, se fomenta la creación de un clima potenciador que permite vivenciar el producto de sus esfuerzos, recursos y habilidades. Las experiencias de éxito, por pequeñas que sean, aumentan el orgullo y eficacia de la familia, permitiéndole enfrentar con mayor eficacia aún las adaptaciones subsiguientes.
Aquí cabe mencionar que nuestra idea occidental de "dominio" también necesita cierta revisión. No todas las crisis de la vida tienen que ser "dominadas", en el sentido que nosotros le damos al término. Revertir el avance de una enfermedad invalidante, derrotar a la muerte, implican el desafío de compartir los esfuerzos de superación y una mayor confianza de que serán capaces de sortear los escollos futuros.
Estimular el respeto, la tolerancia, la serenidad, ofrecer ayuda, apoyo, reconocer y recompensar en forma explícita cualidades y logros, las conductas positivas prosociales, la colaboración. Alentar la empatía y la simpatía –en el sentido griego etimológico del término, - "ponerse en el lugar del otro" que es comunidad de sentimientos", es también parte de una vida familiar equilibrada y satisfactoria. La empatía desarrolla la creatividad, puesto que identificarse con los demás permite vivenciar una gama de experiencias superior a la de una vida individual.
Aprender el uso del humor, el razonamiento, el perdón o la reparación, cuando es necesario, como parte de las costumbres de la vida cotidiana son otros ingredientes no poco importantes.
Evidentemente la socialización se inicia en cada familia pero el mundo exterior penetra muy rápidamente en ella, por lo tanto, se trata no sólo del papel y modelo de padres sino además de otros adultos significativos, entre los que estamos todos incluidos, especialmente desde nuestros roles profesionales.
La construcción de sólidas redes de apoyo y sistemas sociales más amplios que fomenten vínculos comunitarios, dado que las familias en situación de crisis los han perdido. Por ejemplo, grupos psicopedagógicos multifamiliares, grupos de auto ayuda, la despatologización de la angustia reencuadrándola como un desafío, el acento puesto no únicamente en la reparación o resolución actual de problemas sino en la preparación y aprendizaje para retos futuros, son otros elementos que no puedo dejar de mencionar en este contexto.
Para concluir voy a citar un comentario de Jonas Salk, dijo en cierta oportunidad que si tuviera que volver a desarrollar su obra desde el comienzo, la dedicaría nuevamente a la inmunización de los niños… pero a una inmunización psicológica. Haciendo uso de la analogía y en este espacio que reúne personas a quienes importan otras personas, confío en un esfuerzo de trabajo conjunto en que todas las intervenciones psicosociales y educativas preventivas que podamos llevar a cabo apunten a aumentar la resistencia y la fortaleza de la familias y cada uno de sus miembros frente a los efectos potencialmente dañinos que detectemos en nuestros medios.
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